miércoles, 23 de diciembre de 2015

AUTOBIOGRAFÍA - Las reconstrucciones



Es posible también reconstruir las biografías. Se para el tiempo de repente, encuentras un puñado de días largos y soleados en invierno, y te das cuenta de que, sin quererlo, has empezado a reconstruirte poco a poco. Es posible que se deba a que has cambiado de paisaje o de compañeros cotidianos. Es posible también que uno comience a restañar las viejas heridas, o a observar las mañanas de un modo diferente. Y es entonces cuando comienza la reconstrucción. 

Debe ser que han pasado muchos años desde que comencé a estar en el filo de una tristeza (parafraseo un poema que me viene de repente). Y la prosa fluye como una nueva savia que trepa desde las otras vidas ajenas que nunca antes había vivido. Me gusta esta sencillez de monte bajo, de plantas que echan raíces con una lentitud de invierno que no termina de llegar o de otoño; algo así veo desde la acristalada ventana de una biblioteca, desde el precipicio que un día me pareció desconocido y hoy amable como un fruto que madura al sol. 

Produce vértigo pensar que las autobiografías dejan de escribirse porque hay quien se empeña en hacerte la vida circular. Y casi siempre las vidas tienden a ensancharse, a mirar cielos limpios, a levantar el mentón de sus recuerdos para saber por dónde no se ha de volver a pisar (vuelvo a parafrasear un poema que me viene de repente) y mirar sobre el horizonte lo venidero como un regalo. 

Hoy, primer día de unas vacaciones tranquilas, tengo que dar las gracias públicamente. A quien le interese. a quien ha ensanchado últimamente  esta biografía dejándome dormir, haciendo ligeras las frías madrugadas del trabajo, reubicando en el trastero de los recuerdos la infamia y el acoso, la torpeza y el desasosiego que producía verse ante la nada agarrado con un empeño de obcecada frialdad. Rubrico con trazos de felicidad los últimos meses. Pero no soy yo, sino los demás quienes tengan que estampar su firma: quienes me hicieron grato lo anterior, y quienes se han propuesto hacerme grato el presente. Solo falta una banda sonora, y no me importa ponerle el título de una laica oración que se ofrece, también como agradecimiento a la vida, y no solo al amor. También la música ayuda en las reconstrucciones de las autobiografías. 

miércoles, 17 de junio de 2015

AUTOBIOGRAFÍA - Una tercera oportunidad.




Cuando apenas quedan algunas horas para que mi tercera novela, Un hombre detrás de la lluvia, pueda verse por las librerías, no puedo menos que pensar en el tiempo que ha pasado desde que comencé a escribirla. Siento un temor que va más allá de que le guste o no a los lectores, y que consiste básicamente en saber si sigo reconociéndome en ella. 

Al convertirse en libro una historia que ha salido del teclado de tu ordenador, deja de ser tuya por cuanto cada lector se apropia de ella. Y por cuanto todas las historias, insisto, nunca terminan de pertenecernos del todo. Ahora llega el momento de empezar a explicar qué es verdad y qué es mentira en esas páginas, y en qué  proporción la ficción y la realidad se han ido entrelazando para construir con autenticidad esta narración que la editorial Algón ha convertido en libro, prestándome (como otros nos prestan sus propias historias) la oportunidad de que llegue a los lectores. 

Cuando descubro al personaje que da vida a la novela, llega hasta mí por puro azar. El viejo Oswaldo existe, su protagonista, y existe porque a través de él doy con la historia que él me cuenta para que yo dé forma de novela a su biografía. Él y yo somos, por tanto, protagonistas de este libro. Ambos nos movemos en los límites de la ficción porque escribimos los dos de nosotros mismos. Y a veces, los dos somos uno mismo: coexistimos en esa indefinición que suelen llamar imaginación. Cada uno a su modo siente que ocupa un espacio concreto en el mundo. Cada cual tiene su propia forma de comprenderlo y cada cual interpreta el papel que desempeña en las vidas que no nos pertenecen. 

Siempre que escribo lo hago para reflexionar y para hacer reflexionar. Sonaría grandilocuente si dijera que escribo del poder, la libertad o el amor, intentando absurdamente teorizar sobre esos tres pilares de la existencia humana. Utilizo como excusa la historia convencional, la académica, pero no pretendo teorizar sobre esta tampoco. Cuento esta historia para hablar simplemente de cómo las vidas se sujetan a estos principios de amar, ejercer el poder y la libertad, intentando que entre estos se produzcan las tensiones necesarias para que el argumento resulte interesante. Las conclusiones deberían sacarlas los lectores con sus correspondientes implicaciones: los límites de la libertad, las fronteras de lo que es real y lo que es ficción y, como en mis anteriores novelas, averiguar qué es lo que crea las fricciones entre el individuo y la historia para que se libere la energía de la literatura.

Queda poco para saber quién es este hombre que espera detrás de la lluvia. Y queda poco para saber a quién espera ese hombre. Todos esperamos algo sin saber muy bien qué es, como le ocurre al protagonista de esta novela. Y todos podemos ser también los esperados. Que Luis Quiñones, en esta ocasión, sea también el protagonista de mi propio relato, es anecdótico. Cualquiera puede ser yo mismo y cualquiera puede ser quien, queriéndolo o apenas sin darse cuenta, modifique el devenir de los acontecimientos estableciendo una fractura mínima, que pueda llegar a ser una paradoja en la infinita línea del tiempo.   

sábado, 6 de junio de 2015

AUTOBIOGRAFÍA - "Un  hombre detrás de la lluvia"




Todos esperamos, a nuestro modo, detrás de la lluvia. Y una novela siempre es una espera. Cuando uno aguarda la publicación de un libro siente esa necesidad de contarlo, pero también una incertidumbre que es difícil de explicar. Hay algo ajeno en todo lo que se convierte en libro, es un regalo que sabes que es regalo porque no te pertenece. Cuando publicas una nueva novela sabes que hay algo efímero en ella, una especie de tiempo pasajero en la que no terminas nunca de reconocerte. 

Cuanto somos habita en los libros. Cuanto creemos ser, y por eso esta narración sobre las armas de la indefensión que siente cualquier escritor ante la historia que te supera, que va más allá de ti mismo y que va adquiriendo forma a medida que se va escribiendo, sin que tú mismo termines de controlar cuanto se dice en ella. A veces son los libros quienes nos escriben a nosotros en realidad. 

Somos lo que son otros y cuanto otros han ido dejando en nuestras biografías. Por eso, cualquier historia es también algo en préstamo de las vidas que no nos pertenecen, y asomarnos a ellas es el hilo conductor de todo lo que se escribe en una novela. No sabría explicar nunca cómo se llega a una historia, y en este libro solo cuento cómo una historia llega a mí, cómo un personaje te va contando lo que tú quieres escribir cuando te das la tercera oportunidad de seguir escribiendo. 

Es difícil, muy difícil, decir en algunas líneas lo que uno siente cuando sabe que un libro que tú has escrito poblará las estanterías de una librería y otros leerán y juzgarán lo que durante meses ha ido construyéndose en el fondo de tu imaginación, en la intimidad de tus noches en vela. Y en esa construcción es donde habitan los fantasmas del escritor, sus dudas, sus torpezas, sus inverosímiles historias que se van convirtiendo en verdad, para que sea la verdad misma quien te busque y te recuerde que estás en la necesidad de seguir llenando páginas con tus palabras, hilvanando situaciones, buscando subterfugios con que dar credibilidad a lo que inventas. 

Y así, sin saber muy bien dónde empieza el mundo y dónde lo irreal de lo que has imaginado, quieres buscarte a ti mismo y a los demás. Y es entonces cuando te das cuenta de que todos esperamos algo que no sabemos qué es, como el protagonista de esta novela espera bajo la lluvia el momento incierto de tener una posibilidad solamente de construirse a sí mismo como algo más que una mera ficción. Siento que este es el comienzo de la literatura: un extraño encuentro con lo inefable. 

Solo puedo dar las gracias a quienes ha conseguido hacer de este sueño una realidad, una realidad tangible que en apenas unos días tendrá la apariencia de libro, para que, una vez más, sean otros los que esperen conmigo bajo la lluvia. 

jueves, 25 de diciembre de 2014


AUTOBIOGRAFÍA - Marzo invernal




Cómo escapar de una ciudad asediada sin salir de ella es lo que siempre me pregunto en estas fechas de digestión excesiva y estribillos monárquicos. Hay en la Corte un parque cuyo nombre le hace más que justicia. Es bueno retirarse a él en estas fechas, pasear por el limo blando y sedoso de las últimas hojas caídas y mirar hacia la desnudez de las ramas más altas. El tiempo acompaña estos días en Madrid: una primavera fría y adelantada, un silencio de siesta inédita en la ciudad más ruidosa del mundo. Y así, entre los umbríos senderos sin gente ni mascotas, solo así, es posible firmar un breve armisticio con la vida.


El descanso de estos días, apartar los problemas cotidianos con el televisor apagado para evitar el rosario de noticias sin sustancia y repetidas, es tan vivificador como un paseo atardeciendo, mientras el aire en la cara te despeja del despropósito led que las administraciones despilfarradoras y una ciudadanía cada vez más idiota aplaude con cara de embeleso. Estos días no he entrado a El Corte Inglés, ni me he hecho fotografías bajo los abetos eléctricos patrocinados, ni he reivindicado la felicidad a la que cada año invitan perfumes y grandes almacenes, marquesinas de autobús y galas televisivas.

Pero ni siquiera me he rebelado contra eso. He pasado estos días sin la animadversación de otros años y he redactado mi particular tratado de paz con el mundo y les he dejado hacer a quienes suscriben en estas fechas esa insulsa farándula vertiginosa de compras y empujones. He mirado el cielo luminoso y blanquecino, el sol reverberando en el gris de las ramas sin follaje, la bruma húmeda y escarchada cuando cae la tarde con una lentitud de una respuesta que no se espera; me he sentado después a descansar en un banco junto a un camino y he pensado en lo idiota y placentera que es la sensación de sentirse apenas un rato fuera de las luchas cotidianas y de las obligaciones salariales.

Y así, con un paseo en mi bicicleta de segunda mano, decidí esperar, igual que el árbol hendido espera, otro milagro, como decía el poeta, de la primavera, en este feliz marzo invernal. Os deseo a todos una feliz naturaleza. 

viernes, 14 de noviembre de 2014

AUTOBIOGRAFÍA: El azar y las medias vidas




Cuando se rozan ciertas edades, hay algo que ya por fin puedes decir: que conoces a alguien desde hace más de una década, o que media vida llevas compartida con ese alguien, que un día, como sin quererlo, cumple cuarenta años, sin que haya parecido, paradójicamente, haber pasado el tiempo desde aquel momento ya perdido en que lo conociste.

Quizás el azar también tenga que ver con esto mismo, no con la memoria, sino con ese devenir extraño al que estamos atados. Situaciones hay para cada encuentro, o para cada vida: nadie podría haberme dicho nunca que un periódico sensacionalista, cutre, corrupto y malintencionado podría depararme tanta amistad. Repito, es el azar, y también las faltas de ortografía. De esas hablaré en otro momento.

Más o menos así le ha ocurrido a mi amigo Mario: lo conocí en una redacción ya hará quince años. Se marchó. Me marché. Nos marchamos con el buen sabor de boca de habernos hecho amigos  y de la que hoy es su mujer. Y como si nada, la vida ha continuado con sus altibajos de fondo: trabajos, estudios, charlas, café y después el mejor editorial de sus biografías: o sea, la felicidad de su hijo, la continuidad en el tiempo y la misión exploradora  que sigue siendo la vida.

Después de otros cuarenta años, que no son pocos, sino los justos más o menos para poder decir de alguien que lo conoces desde hace mucho, es curioso, pero tal vez sigamos recordando el elemento azaroso que se entrometió en nuestra vida. La fotografía que ilustra este post, en estos tiempos en que Marte está más cerca de la Tierra, es solo un jeroglífico sencillo para evitar la publicidad que pudiera hacerle a un medio de comunicación en tiempos tan confusos como los que corren. De ellos, tenemos la fortuna de ser testigos. Era otra época, sí, pero cuanto somos se la debemos a ella también, y lo agradezco. Estamos aquí para contarlo. 

(A Mario, por su 40 cumpleaños)

viernes, 24 de octubre de 2014

AUTOBIOGRAFÍA:  I.E.S Palomeras-Vallecas.

(fotografía: Tubos Borondo, archivo personal)

Todas las ciudades pierden esa sustancia que aparece en los libros y en las guías de viajes cuando bordean su suburbial materialidad, y se convierten, sin quererlo, en una exacerbada manifestación de extrarradio. Si por casualidad se habitúan los ojos, se corre el peligro de que pasen desapercibidos estos lugares que, envueltos ya en cotidianidad, pero bien mirados, son un ejemplo de su carácter.

Este es el paisaje que miro de frente cada día. Ruinas superpuestas en las ruinas de una sociedad que ha descendido más allá de los impredecibles límites de su propia decadencia. Estas casi son las vistas desde el lugar en el que a diario intento explicar quién cojones fue Lorca o Neruda. Así se ve el mundo desde donde lanzamos los mensajes que deberían animar a contemplar el futuro desde el ángulo del que siempre se mira la belleza. Pienso en el Monet o en el Rembrandt que nunca podrán explicar bien los profesores de historia, y en la suma de ecuaciones en que se inspira la magia del álgebra, ante una ciudad que se descorazona chabacana.  

Este es el paisaje en el que a diario, desde hace casi diez años, me busco entre los que poco o nada hacen por querer mejorar el mundo y que, sin embargo, contemplan sus propias ruinas con la ambigüedad caritativa de educar a los pobres que no se merecen un parque, aire limpio, ciudades humanas y menos porquería entre las que mejorar sus destrezas estadísticas. Esas, las estadísticas, solo le interesan a los políticos de la tan traída y llevada casta y a los profesores de la casta, que se permiten el lujo de perder portátiles confundiendo aquello de lo público y lo privado, amparados en las sombras del poder que les concede fines de semana de tres días. Muchos no han hecho nada más en sus vidas que mimetizar su alma con este insulto urbanístico: deshacerse de responsabilidades con la vida, y comprender que el trabajo de los demás solo hace más fácil el suyo, mientras nos miran con desprecio, insultan de soslayo al tiempo que se hacen las víctimas y se apoltronan en la vulgaridad que solo les sabe hacer a ellos más vulgares. 

Y los demás solo parecemos un ejército de ingenuos, porque intentamos buscar en las palabras y en el amor el consuelo de los dignos. Mientras devoran con opulencia su tarta en un festín ibérico, los que aún creemos en lo que hacemos, ante futuros juicios sumarísimos (España suele abonar así sus odios atávicos), seguimos queriendo cambiar el mundo, aunque sea solo un poco. Una fábrica abandonada bien podría ser nada más que una metáfora, pero es sencillamente algo peor. 


domingo, 24 de agosto de 2014

AUTOBIOGRAFÍA. Rascacielos



¿Rascacielos?, se preguntaba Miguel Hernández mirando hacia arriba los edificios de la Gran Vía de Madrid. Y se respondía: "Rascaleches", ante la soberbia humana que aparece en el mito de Bebel, porque no se puede llegar al cielo desde nuestra minúscula existencia. Y, sin embargo, lo parece; da la impresión de que se puede llegar al cielo, de que si no al cielo, sí se pueden tocar las nubes en las ciudades que uno deja impresas también en sus biografías. No al cielo, pero sí muy cerca, en las urbes que fueron creadas allá por los años veinte y treinta, con las grandes avenidas que solo se pueden encontrar después de muchas horas de viaje. 

Es difícil decir lo que se siente cuando uno se encuentra en el centro de aquellos lugares, donde las razas se mezclan y la vieja Babel se materializa en carteles luminosos, en frenéticos cruces de calles que viven a la sombra de los edificios más altos del mundo. Es un reto a la curiosidad asomarse desde una planta noventa y cuatro, y ver desde allí una humanidad diferente que deambula sumergida en su ingenuidad que bebe en vasos de papel. Lo miro con la distancia de un vagabundo en Michigan Avenue, que en su negritud, extiende su brazo agarrando un cartón pintarrajeado en que me intenta explicar que es un homeless. 

No te reconcilias con el mundo viendo cómo cada cual camina con su indiferencia a cuestas, mientras inmensos muros de cristal y acero hacen del espejo en que cada hombre debería mirarse para comprender que sus diferencias son menores que las que puedan imaginarse. 

Y sí, también es grato comprender que Picasso o Monet pensaban eso mismo, cuando pintaban sus calles de París o sus madres agarrando a sus hijos y es en aquellas ciudades en las que ahora se pueden ver sus cuadros. Hay algo de soledad impresa también en las pinturas que llenan los museos de esas ciudades. Hoper o Pollock nos lo dicen con su equilibrio nostálgico o con la rabia desatada. Ambos son la dos caras de esos paisajes urbanos por los que el extranjero se fascina.

Un murmullo no deja dormir: no te sientes descansado nunca, agota la contaminación de los ruidos, de las palabras que pertenecen a una lengua extranjera, y ni siquiera los parques frondosos apaciguan el rumor de gentes que pasean, compran, trabajan y malviven en aquellos lugares, en los que, de fondo, sientes oír entre el resto de sonidos desordenados a Duke Ellington. Me quedo con él, por si existieran dudas.