jueves, 5 de junio de 2008


AUTOBIOGRAFÍA (LVI) - La caza


(fotografía: archivo familiar Valle Bascón)


Ignoro quiénes son estos protagonistas: quizás familiares heredados desde los años cincuenta, que llegan hasta aquí, hasta el ahora, con ese rictus que le deja a uno en su cara mirar estos retratos viejos, cuyos actores, sean quienes sean, nos invitan a observar de nuevo lo que somos. No hay literatura en esta imagen, aunque en ella nos visite algún eco lejano de Los santos inocentes, o de los tiempos en que se escribiese La familia de Pascual Duarte: rudeza que esculpió el tiempo en los años aquellos de la necesidad y las hambrunas.

Es una fotografía sin remilgos. De esas que, cuando uno la contempla sin regocijo, siente gratitud por no haber estado allí. También las autobiografías se nutren de los lugares en los que uno jamás ha vivido y de los tiempos, sobre todo de los tiempos, de los que no se ha sido testigo. Y digo que es una fotografía sin remilgos porque la caza, la desaprensiva caza de perdices y conejos (allá de donde procede este retrato viejo no hay caza mayor), nos vuelve a llevar hasta los tiempos en que el alimento no siempre se encontraba, a los años en que aún no existían los supermercados y los pocos mercados que había, los urbanos, se regodeaban en su olor de desperdicio y de pescado, pero en el centro de Madrid. Pocos perduran de estos últimos, porque los vecinos y las autoridades municipales piensan que no es muy saludable recordarnos cuáles son los aromas naturales de las lonjas, de los puertos y de los corrales antiguos y desheredados donde la muerte perdía en tragedia lo que hacía ganar en pesetas (ya hablé en su momento de las matanzas).

Resulta lejana y tosca. Lo es incluso la mirada del perro que posa con la misma autoridad y semejante pose que sus amos. La pongo aquí porque me trae una vieja escenografía que desconozco, pero que reconozco, sin embargo, cercana y desoladora. Sobre todo hoy, porque siento que quien piensa tenerlo y saberlo todo no deja de ser el Azarías contemporáneo que concibiese tiempo atrás Miguel Delibes. Algún día de estos algunos se tendrán que orinar sobre sus manos para calentárselas, y entonces vendrán tiempos mejores, porque ya habrá quien les haya robado todo eso que dicen poseer y que no es más que, paradojas del consumo, simple y humilde meado.

7 comentarios:

Grice y Leech. dijo...

Qué bueno tu relato hoy, Luis. Me han contado que mi abuelo tuvo que mearse las manos para calentarse, que en su casa se comían las mondas de la patata y de la naranja, cuando las había. Y yo lo tengo presente y lo hago lección, procuro recordarlo cuando me asaltan la pereza, la gula, el capricho y la frivolidad; la tontería en suma. El problema de estos de los que tú hablas es que sus abuelos se mearon las manos casi con total seguridad, pero ellos lo toman como algo vergonzante, una mácula que tratan de ocultar. Por eso sus hijos crecen soberbios y caprichosos, llenos de chulería, ignorando el frío y el hambre que pasaron sus abuelos.

Ya que has hablado de caza y de Delibes, quiero compartir contigo y tus lectores una frase que le escuché pronunciar y que me llamó la atención: "lo principal en la caza es llenar el morral... de kilómetros". La gente humilde del campo antes entendía de desarrollo sostenible sin haberse leído ni un solo manual sobre el tema. Han sido los señoritos siempre los que han esperado sentados en sillas a que les llevaran las perdices para matarlas a cientos, sin ton ni son.

Unknown dijo...

Gracias Luis, por la dedicatoria que me hiciste de tu libro.Estaba esperando leerlo para comentártelo, pero como no le pegue bocados al tiempo, voy a tardar un poco, y no quería dejar pasar más tiempo sin agradecértelo. De todas maneras, supongo que será un gozo, y aunque me siga comunicando contigo, espero verte pronto por Talbania.

Anónimo dijo...

cielo, siempre me emocionas. esto escrito aquí no parece nada. pero lo es. es mucho. expresas lo que muchas sentimos con nuestras mayores y revivimos con tu blog. siempre me ha gustado el que partas de una foto añeja para descomprimirla, a ella y a los recuerdos y modos de vida que vamos olvidando. gracias por hacerlo posible, por demostrar que hay gente con vocación, sensibilidad y humor a pesar de todo (y gracias por ser mi amigo...) busqué tu libro en la Feria y nada, pero me lo tienes que firmar. irenaus

Anónimo dijo...

Oye, Luis, ¿te vas a quedar apuntándonos con las escopetas?

El que tú sabes

Francisco Ortiz dijo...

Fantástica texto sobre una foto. El detalle de la pose del perro es definitivo. Con tu permiso, recomiendo el texto en mi blog.

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Vengo del blog de Francisco Ortíz y me ha encantado leerte, además he recordado muchas fotos de este tipo que había en mi casa de familiares míos. Todavía suelo ver estas imágenes por aquí mi tierra, los trajes cambian, pero no la esencia, aunque ahora no se hace par amitigar el hambre como tú bien dices, ahora aes otra cosa.
Saludos

Anónimo dijo...

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