AUTOBIOGRAFÍA (XVIII) - Historia de un coche
(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)
Entonces era todo un acontecimiento; los chiquillos arremolinados detrás del vehículo lo perseguían tras su estela de humo y el tableteo del viejo motor, haciendo resonar las paredes y los escaparates de las tiendas de novedades. Aún las calles estaban adoquinadas, porque nunca nadie pensó que los carros tirados por los burros un día fuesen sustituidos por los vehículos a motor; esos ante los que las mujeres ancianas se persignaban, como si fuese el demonio quien fuese dentro de ellos. Pero no era el demonio, sino el lejano primo Paco, que no sin cierto aire de jactancia se paseaba por las calles de Linares, sin ocultar los beneficios de su ínfimo negocio de pasteles, que a todas luces era boyante comparado con el de la siega y los braceros, que peleaban cara al sol el sustento de las generaciones venideras.
La llegada del automóvil era un síntoma extraño y ambiguo de modernidad. Quien era poseedor de un coche (ruidoso, incómodo y molesto) adquiría la prestancia que jamás hubiera podido conseguir si no hubiese empleado algunas miles de pesetas de entonces en comprarse un viejo ford como el de la fotografía. Eso fue al principio, porque después aquel estruendo se matizaría y pasaría a llamarse “haiga”, nombre que aludía en los pueblos a los coches de los terratenientes, a los brillantes automóviles alargados que sólo podían circular por las calles más anchas. Llegaron estos automóviles mucho antes incluso que los tractores, porque a nadie importó salvar a los mulos de sus estertores ni al hombre de su cansancio. Ambas cosas eran lo mismo para quienes sabían blandir el látigo a los mozos de las cuadras con la misma soltura que ordenar que alguien arranque el automóvil con el esfuerzo de la manivela.
Después vendrían los plazos, las letras, los créditos, los seiscientos, las vespas y los SIMCA 1000, esos que vagamente recuerdo en mis primeros años de infancia. Seguía siendo el acontecimiento social de los pobres por excelencia la llegada de un nuevo automóvil al barrio. Mientras el propietario orgulloso abría el portón para que observasen las vecinas el estampado de la tapicería y la amplitud del portaequipajes (éste era el nombre anacrónico del maletero), los niños nos inflamábamos de envidia por no poder tener uno como aquél. Después los tranvías cederían el paso a la impronta automovilística. Y de ahí al atasco, apenas medió una década.
La llegada del automóvil era un síntoma extraño y ambiguo de modernidad. Quien era poseedor de un coche (ruidoso, incómodo y molesto) adquiría la prestancia que jamás hubiera podido conseguir si no hubiese empleado algunas miles de pesetas de entonces en comprarse un viejo ford como el de la fotografía. Eso fue al principio, porque después aquel estruendo se matizaría y pasaría a llamarse “haiga”, nombre que aludía en los pueblos a los coches de los terratenientes, a los brillantes automóviles alargados que sólo podían circular por las calles más anchas. Llegaron estos automóviles mucho antes incluso que los tractores, porque a nadie importó salvar a los mulos de sus estertores ni al hombre de su cansancio. Ambas cosas eran lo mismo para quienes sabían blandir el látigo a los mozos de las cuadras con la misma soltura que ordenar que alguien arranque el automóvil con el esfuerzo de la manivela.
Después vendrían los plazos, las letras, los créditos, los seiscientos, las vespas y los SIMCA 1000, esos que vagamente recuerdo en mis primeros años de infancia. Seguía siendo el acontecimiento social de los pobres por excelencia la llegada de un nuevo automóvil al barrio. Mientras el propietario orgulloso abría el portón para que observasen las vecinas el estampado de la tapicería y la amplitud del portaequipajes (éste era el nombre anacrónico del maletero), los niños nos inflamábamos de envidia por no poder tener uno como aquél. Después los tranvías cederían el paso a la impronta automovilística. Y de ahí al atasco, apenas medió una década.
(A Stephan, porque se lo prometí y se lo merece).
17 comentarios:
Me sorprendes, querido Luis, otra vez me has vuelto sorprender. Primero por tu gracia escueta para exaltar el espíritu de un tiempo que no fue el tuyo, pero que sí mío; me sorprende su capacidad de penetración, en cada nueva página más lúcida, más allá de tu propia biografía y de tu propia experiencia. De tu experiencia biográfica, que no vital, como podemos ver los que te conocemos y leemos. Porque es éste el motivo exacto de mi sorpresa: que tu experiencia vital acapara las emociones familiares, y generacionales, de los que ni siquiera formamos tu familia, sino la familia Valle Bascón.
¿Pero quién te ha hablado a ti de la palabra “aiga”, si eso es más antiguo que la Mezquita? Yo sí fui niño de los que corríamos detrás de su coche cuando el tío Paco venía por el pueblo, y vi por aquellos entonces, como bien cuentas, al jornalero vecino reconvertido en chofer, arrancar con la manivela el gran coche negro del señorito local. Suceso distanciador que nos dejaba estupefactos, que por demás le hacía subir los humos al mismo chofer, aunque lo fuese solamente ocasional, cuanto más la solemnidad con que el patrón se subía en la parte trasera.
Está maravillosamente evocado tu “recuerdo” y te damos las gracias. Mas si me permites una mínima observación, el tío Paco lo que regenteaba en Linares era, como puede verse en la foto, una tienda de tejidos, no un negocio de pasteles, porque los tejidos eran de probada calidad. Vamos, que no le metía el pastel a todo el mundo…
Juanlatino
Respuesta de Luis Quiñones.
Muchas gracias querido Juanlatino Bascón por tu comentario. Las palabras lejanas en el tiempo sólo se transmiten a través de voces ajenas. "Aiga" era el modo en que mi abuela se refería a los coches que juzgaba de gente rica, incluso aún mi madre lo sigue haciendo, sin ocultar todo el mundo que evoca aquella palabra y esta foto también.
Qué más da que su tienda sea de tejidos (quizás la misma tienda de la fotografía)que de pasteles. África me dijo que creía que era una pastelería lo que regentaba él y su familia, en Sevilla. No obstante, poco podría cambiarse del pequeño relato salvo eso, porque no es cierto; aunque todo lo demás sea del triste realismo del que está hecha nuestra historia reciente.
Gracias, de nuevo... esta vez por tu fidelidad lectora sincera.
Hermoso relato, Luis, me trae muchos recuerdos. Los pocos que podían permitirse el lujo de tener un coche eran mirados con una extraña mezcla de reverencia y envidia. Sigue escribiendo con esa gracia y con esa elegancia... Por cierto, me parecía que haiga se escribía con hache... No sabía a ciencia cierta la etimología del vocablo, de manera que me he ido al buscón del diccionario; efectivamente no aparece aiga sino haiga, con esta definición:
haiga.
1. m. coloq. p. us. Automóvil muy grande y ostentoso. U. m. en sent. irón.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Un abrazo,
V.
Respuesta de Luis Quiñones.
Muchísimas gracias por tu comentario. Cambio, a propósito, de tu acertadísima objeción el término de la entrada. Ni siquiera pensé que podría recogerla el diccionario, que nunca deja de sorprender, como los lectores. Un afectuosísimo saludo de un amigo.
Me sumo a las felicitaciones. La autobiografía de un pasado que no se ha vivido realmente es una tarea menos rara de lo que parece. Primero, porque los historiadores suelen hacer eso precisamente; segundo, porque crecemos con hechos pretéritos que no son nuestros, pero que recibimos a través de la palabra de los mayores. A la postre forman parte del relato personal. Eso es lo que Luis Quiñones hace admirablemente en esta autobiografía por entregas que se materializa en instantáneas: manifiesta haber crecido con imágenes y acontecimientos que sólo otros vivieron, y de ese vivero de reminiscencias secundarias está hecha esta escritura.
Cuando yo era un niño, los haigas ya no iban petardeando por las calles de mi ciudad. Nací cuando salía el primer Mini de la factoría inglesa, vehículo modernísimo que sólo pude ver años después, en la Valencia de finales de los sesenta. Hasta entonces, por nuestras calles únicamente transitaban los Gordinis, los 850, los 600 y los 1500. Por cierto: que el primer vehículo que creí pilotar –así me veía yo: como un piloto— era un Simca 1000, “el cinco plazas con nervio”, según predicaba la publicidad de entonces. Era el Simca de mi padre, cuya tapicería de falso terciopelo estaba protegida por un incongruente forro de escay. Fdo.: Justo Serna
Respuesta de Luis Quiñones.
Gracias querido Justo, por hacerte partícipe una vez más de uno de mis recuerdos ajenos. Ésa es la intención de mi autobiografía. Gracias por compartir también tus recuerdos propios conmigo y con el resto de lectores que como tú, y con cariño, suelen expresarse por aquí.
Un cordialísimo abrazo, Justo.
Una excelente manera de narrar las historias que muchos de nosotros llevamos adheridas, de una u otra forma en la piel...
Me sumo a las felicitaciones y volveré frecuentemente.
Gracias y un saludo
Hola querido luis, precisamente hace unos días, mientras te leia, vino a mi mente algo que recuerdo también que lo contaban en casa, sobre lo que ocurrió con la llegada del primer coche sin caballos, el cual decían se trataba de algo del demonio, pues aquel coche marchaba sin mulas ni caballos. ¿Ves como las historias de aquellos tiempos tienen una enorme similitud?
Me encanta como nos sumerges en ese pasado y me agrada sentir el cariño con que lo haces. Besos mi querido amigo.
Quizás mis recuerdos sean más recientes mediados los sesenta bajar en un citroën de Zaragoza a Sevilla...una cosa importante las carreteras...que increíble mundo el de esos caminos..Bebed es preciso, agua S.Narciso..con un fondo azulete en las casetas de los peones de caminos y los kms...a ochenta por hora y rodeados de árboles con gente variopinta, tartanas, vendedores de melones...las distancias eternas...en fin otra España...un abrazo.
Que foto! Es como el génesis de lo que "El Hombre" empezaba a urdir. Es tan de contrastes que da miedo. Con esos "juguetes" empezaría la evolución de los transportes, el acercar distancias, la comodidad, el descanso momentáneo para esos tiernos burritos... pero también la codicia por tener uno, los accidentes, los malos usos. Quién le iba a decir a aquellos que empezaron a lucir esos coches que eran los pioneros de algo que nunca vovería atras. Me ha gustado mucho ( y al "niño" más, porque gracias a ellos ahora tiene una profesión)
¡Ah, Luís, aquellas calles adoquinadas los días de lluvia!, replandecían como metales bruñidos, como mares de argenta que se extendían ante nuestra vista y en los cuales era casi imposible jugar.
Saludos
Luis, ya sé que éste no es un lugar para el debate ni la protesta, sino para el sabor de la lectura, pero, me pregunto, ¿cómo es posible que, incluso entre tus lectores, haya tanto analfabeto que no saben ni explicar una idea sin faltas de ortografía y sintácticas? Ni un sentimiento suyo ni una idea copiada de ti mismo saben contar. ¿Acaso no se paran a leer cómo escribes de bien?
Me acerqué a Internet buscando mundos nuevos, como el tuyo, pero algunos de tus lectores, ¡qué lástima de cacharros en sus manos!, pienso.
Jaime
El calificativo de viejo no debieras, jaime, usarlo, pues el pronombre "este" tildado en tu comentario lo hace redundante. Como sabrás ya, su uso tiende a ser arcaico, aunque la Academia, la Real, aún lo acepte. Por otro lado, sabrás que la Gramática, la vieja y la Nueva, no acepta la falta de concordancia entre el antecedente de una oración de relativo (o adjetiva) y el verbo de la misma (como por ejemplo "...tanto analfabeto que no saben..."). En fin, solo añadir que, si nos ponemos exigentes, no vendría mal que pusieras unos puntos suspensivos y no una coma detrás de la expresión "pero algunos de tus lectores", ya que al no aparecer el verbo concordante que nos muestre la información que quieres dar por entendida, el lector (el analfabeto y el letrado) puede quedar confundido.
Acabaré diciendo que, como puedes comprobar, jaime, en todo momento he usado tiempos y modos verbales que expresan y refuerzan la cortesía y mi ánimo positivo al corregirte, por lo que espero que no tomes de mala forma este comentario.
En cuanto a ti, Luis, perdona si con esto, una vez más, los comentarios de lectores como yo roban de alguna manera tu merecido protagonismo. Dejo en ti la decisión de eliminar mi comentario, aunque espero que hagas llegar a su destino mis sugerencias gramáticales, pues mi experiencia pasada en este campo que tú conoces bien, no me ha permitido pasar por alto que, para juzgar, hay que demostrar ser un modelo a seguir.
Mario
Respuesta de Luis Quiñones:
Queridos amigos, haya paz. Quizás porque el asunto es más simple que todo esto. Al fin y al cabo, errar es humano. Y prueba de ello es que del error nadie está libre. No obstante, aunque sabéis que esto no es un foro de debate, yo me debato entre moderar los comentarios o dejarlos tal cual. Porque aunque sabéis que no soy enemigo de la polémica, hay mucho de espotáneo en todo esto y de amor repartido por la palabra escrita y bien escrita. Hay nivel, en cualquier caso, y yo mismo escribí "haiga" sin hache (como acertó a censurarme de buen grado otro amable lector), por lo que me adhiero a las críticas y contracríticas: que todas son válidas y gratas conmigo.¡Qué difícil es no pecar!
Salud y buen vino: ¿cuándo quedamos Jaime y Mario para charlar y regar nuestra preocupación por la palabra con el buen vino de la amistad?
Y aún sigue, amigo Luis, el Statu Quo asociado al coche. No es lo mismo un Kia Picanto que un Bentley.
Por aquí, en Galicia, vivimos muy de cerca y muy abundantemente el fenómeno del "haiga. La nuestra es una tierra de emigración y "los indianos", cuando volvian "forrados" de cuartos compraban esos tremendos coches.
Decían que llegaban al concesionario llenos de billetes saliéndoles por las orejas y le decián al vendedor: "Deme el mejor coche que haiga", de ahí, dicen, el nombre.
Un abrazo motorizado.
Respuesta de Luis Quiñones
Querido Rafael.
Magnífica tu aportación. Para un filólogo como yo es muy grato encontrar estas etimologías perdidas y populares. Gracias por tu comentario y por labor de ilustrador de historias con otras historias. Un fuerte abrazo.
Primero, "Merci beaucoup" por la dedicace !
Luego, qué podría decirte repecto a esta historia de coches...Que de verdad, fue un placer leerla, que me ha recordado a lo que me decían mis abuelos, y mis padres : antes podían jugar al fútbol en medio de las carreteras, y cuando oían al motor (¡ quizá una vez por media hora !), movían las piedras o bolsos que hacían de puertas antes de volver a jugar...Y ahora no se puede ni poner el pie un segundito en la carretera sin resultar cojo...;-)
P.S : Ya siento las faltas de ortografia o de no sé qué que "Jaime" no dejará de notar...Pero tengo unas excusas : soy francés y ¡ ya se sabe que los "gabachos" analfabetos nunca sabremos hablar o escribir otro idioma que el nuestro ! ;-) jajaja...(por supuesto, estoy de broma)
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