miércoles, 7 de febrero de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XII) - Luz


(Fotografía: archivo familiar)



Nadie lo diría, pero esta muchacha, sobre la que el tiempo ha hecho los estragos propios de su condición de irremediable condena, es hija de pastores y de una honrada humildad rural y antigua. Después se casaría con un honesto churrero y tendría hijos, tres, que han conservado también en sus facciones los rasgos angulosos de su cara, de su nariz inconfundible y la misma mirada apacible de la gente tranquila. Nadie lo diría, pero también nació entre los rojizos terrones de las eras sembradas de olivos, como mi madre, de quien es prima y a quien dedica en el reverso de este retrato con su caligrafía temblorosa esta fotografía.

Hay un gesto amoroso y casi nostálgico entre estos amarillentos colores y sus sombras. Resulta bella; una belleza semejante a la de Dietrich o a la de Greta Garbo, guardando las distancias geográficas, quizás porque la belleza resulta un don que inexplicablemente no conoce diferencias entre clases: Sara Montiel, cuando su juventud aún se vislumbraba en el blanco y negro de los fotogramas de entonces. Tienen en común todas ellas la armonía de sus rostros, la mirada cadenciosa de una sensualidad inevitable y su pose elegante y espontánea, que ni siquiera la pobreza pudo enmascarar.

Hubo quien dijo que la belleza era un afán de perfección, pero es posible que le faltase definir qué es lo perfecto, si acaso lo perfecto puede ser también rural y comer garbanzos con el garboso ahínco con que se devoran después de una dura jornada de trabajo. Así de real y cruda resulta también la belleza, aunque ninguna de aquellas actrices, que sufrieron la censura en sus escotes, luciesen collarcitos de perlas de mentira, como Luz (claridad, alborada, sol), que no hizo ostentación nada más que de su cariño por nosotros, su familia; y no sólo en el espacio, sino también en el tiempo mismo, entre aquellos que ya han desaparecido diluidos en el misterio de la muerte, tan impostor como el maquillaje de las mujeres que pretenden ser hermosas sin serlo.

Nada más se podría decir de este retrato aparecido como una grata sorpresa entre otras fotografías. Su valor no tiene fundamento antropológico alguno, más allá de mostrar que lo bello también existía muchos años atrás, y que el juicio estético, aunque cambiante, tiene una permanencia extraña que supera incluso a la de los recuerdos.


(A Jaime, lector impaciente y amigo)




6 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por la dedicatoria y por considerarme amigo aun si conocernos. Peliculera y todo la descripción que haces sobre la bella Luz, tu tía. ¿Te enamoraste de ella? ¿Te hacía carantoñas cuando comenzaron a salirte los pelitos del pubis? ¿Se acostaba a tu lado hasta que te durmieras? Esos fueron mis primeros sueños y las fantasías sexuales que tuve con la Garbo, pero sí, por error de la "diferencia geográfica" al año siguiente me pasé con la Sarita Montiel, que era por entonces vecina nuestra en la calle Goya. La otra diferencia es que a tu angelical tía se le nota el pueblerío y el cansancio, que no es desmérito de su belleza, pero pienso que no sirve para diva de la gran pantalla. Aunque emular, puede emularse hasta a Marlene Dietrich, basta arrancarse un par de molares superiores y arquearse las pestañas.

Jaime
(y no Peñafiel, por muy fiel que te sea)

Anónimo dijo...

Jaime, vaya suerte que te dedique Luis una página literaria sin aún conocerte como dices. ¡Ya me gustaría!
Me ha parecedo muy irónico y mordaz tu comentario. ¿Tienes blog para leerte?

Saftra

Anónimo dijo...

No, Saftra, no tengo blog o bitácora ni nada que decir en público. Me gusta este tipo de literatura, la de Luis Quiñones, como la de Orhan Pamuk, porque es ajena a mi devenir y la considero honesta, dinámica, sin folclorismo ramplón ni costumbrismo fácil, además de bien hecha.
Por cierto, tu nombre (Saftra) que más bien parece un anagrama, ¿es femenino o masculino?
Saludos de

Jaime

Anónimo dijo...

Me parece admirable esta reconstrucción gráfica que llevas a cabo. Rememoras y conjeturas sobre un pasado que llega hasta ti y te condiciona. La labor de evocación es aquí una labor de recreación --auténticamente exhumas-- y lo haces valiéndote de unas palabras que no son mero añadido o adorno, sino la expresión de un significado histórico y emocional. No todos sabemos hacer lo que tú haces pieza a pieza. Entregas fragmentos de un entero que vas componiendo sin que el conjunto se conozca de antemano. Fdo.: Justo Serna.

Anónimo dijo...

Luisito, ¡de puta madre!

Juanlatino. Ya sabes quién...

Anónimo dijo...

Siempre es un placer leer o escuchar alguna de tus creaciones, Luis. No obstante algunos comentarios y preguntas de tus lectores comentaristas me asustan, quizá contagiado por la segura expresión de tu rostro al leer preguntas como las de tu amigo Jaime. En fin, que lo superficial no adultere tu creatividad.
Por lo demás, una vez más, usas las palabras suficientes para decir lo que otros muchos no seríamos capaces de expresar en un folio. Coincido con Juan Latino, Luisito, ¡de puta madre! Sigue así. Un saludo de (puestos a buscar sobrenombres)...

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